Por Ondina León ©
No me sorprende en lo absoluto que “Cuba”, es decir, en este caso la dictadura castrista que impera en la isla posesa desde hace ya 55 años, haya sido elegida, una vez más, para formar parte de un organismo de derechos humanos en ese circo patético llamado Organización de Naciones Unidas, junto a China, Rusia y hasta Arabia Saudita. Este evento es coherente con el estado calamitoso en que se encuentra el mundo, donde los valores carecen de valor, y donde se padece de un defecto esencial en los mecanismos de la democracia, en los que se impone la dictadura de los números, su suma mecánica, que crea una mayoría, sea justa o no. En este universo en que habitamos, los países (¿o los gobiernos?) decentes y civilizados son escasísimos, al igual que los seres humanos, porque la mayoría pertenecen a la crápula mundial, aunque se digan “progresistas”.
¿Qué mejor que “escoger”, democráticamente, a países que son expertos en violar, desde hace demasiados lustros, los derechos humanos? ¿Hay mejor forma de que estos estados delincuentes se protejan unos a otros que estar sentados juntos en el “tribunal”, que juzgará los desmanes que se cometen por todas partes? Cuando los criminales se erigen en jueces, hay que abandonar toda esperanza de justicia, aunque sea nominal.
“Cuba” debería estar siempre presente en cualquier foro en el que se pretenda violentar al mundo para que sea más respetuoso con los derechos humanos, violados y requetecontraviolados, a diestra y siniestra, por la derecha y por la izquierda, por arriba, por debajo y por detrás, como Satanás. Esta islita se lo merece por el récord que tiene como matrona añeja y violadora empedernida de esos principios básicos: ¿libertad de expresión? ¿Estado de derecho? ¿Pluripartidismo? ¿Libertad de movimiento? ¿Separación de poderes? ¿Justicia independiente y equilibrada? ¿Derecho a la felicidad con decencia? No, no que son “rezagos de un pasado” humillante que no volverá, aunque haya que reducir a polvo el diente de perro, que demarca a esta prisión flotante con once millones de cadáveres.
¿Para qué cambiar después de tantos éxitos sostenidos? Porque realmente la mafia castrista y su imperialismo, estos izquierdos inhumanos, pueden exhibir con descaro muchísimos logros: sostenerse en el poder por 55 años; hacer que el mundo entero los mire con simpatía y los aplauda —desde Francisco Franco y Jean Paul Sartre hasta Ted Turner y Bill de Blassio, el ultraizquierdista recién electo ¡¡alcalde de Nueva York!!—; exportar su “revolución”; armar un andamiaje para que el “enemigo”, léase el exilio y la diáspora cubana, los mantenga y sea su principal fuente de ingresos; exportar seres humanos al por mayor para “resolver” la miseria que ha creado (¡viva Robert Malthus!); hacer que todo un pueblo se suicide, día a día, y se envilezca, creyendo ante todo que son alegres y ocurrentes como el que más. La lista sería infinita, pero una debe tener su pudor de tribu, ¿no? Sí, “Cuba” es mucha cuba, pero de heces.
¿Y China, la próxima gran potencia de la galaxia? Otro caso paradigmático de cómo combinar lo peor del capitalismo con lo peor del comunismo y dar un estado híbrido, donde se explota a las grandes masas, se les concede unas migajas para el estómago, para tenerlas sometidas, se permite que la casta gobernante se enriquezca, mientras se reprime y se controla siguiendo las pautas de una supuesta psicología social milenaria. Un horror que ha sido inseminado con el capital de Occidente y la bendición de todos los hombres de negocios del mundo entero, que se hincan de rodillas ante mil trescientos millones de potenciales consumidores. Ya se sabe y se comprueba: el capital no tiene moral ni mucho menos memoria para los derechos humanos. Y presten atención esos “disidentes” cubanos y esos políticos estadounidenses que piensan o creen (¿ingenuamente?) que “los puentes culturales”, el “intercambio de familia a familia” o las inversiones capitalistas en Cuba van a generar más democracia o hambre de libertad en el pueblo: China lo desmiente.
¿Y Rusia, ese país más basto que vasto, con ínfulas de gran potencia? De la KGB al Kremlin, gloriosamente Putín es el epítome del nuevo ruso, rudo, rapaz y contumaz, capaz de hacer desaparecer con polonio radiactivo al más pinto de la paloma, si es su enemigo o amante de la libertad, que viene a ser lo mismo. Los nuevos millonarios rusos son, en su gran mayoría, los exesbirros de la inteligencia y/o del ejército reciclados en empresarios y negociantes. El coloso es ejemplo de cómo los miembros del partido comunista del imperio de la URSS son ahora los del partido consumista. ¿Y la libertad? ¿Y los derechos humanos? Bien, gracias: a los periodistas se les manda a “Honduras”. La homofobia se hace ley. Y Putín y los hijos de Putín se eternizan para siempre en el trono.
Como dije antes en otro artículo, la rusificación de Cuba comenzó hace rato y ya los mafiosos con carné, de antaño, son hoy los “empresarios”, que visitan festinadamente a Miami en busca de nuevos horizontes de bienestar personal. Y para los otros, cepo, “bocabajo”, garrote vil y empalamiento, porque ni un timbiriche con tres trapos para vender quieren en las calles, para que no “se enriquezcan” los ciudadanos de a pie de la Cuba de los Castro: la miseria como arma de control total.
¿Y Arabia Saudita? Ese mar de arenas y petróleo, donde la mujer es reverenciada como reina y los camellos apedreados por infieles y promiscuos malolientes, es un paraíso de humanidad... como todo sitio en el que rige las más fundamentalistas leyes, preceptos y dogmas islámicos. Tal vez a “Cuba” le vendría bien declararse califato e instaurar la sharía, aunque desgraciadamente para los jeques castristas no haya petróleo. Pero, en fin, este país árabe, junto a los alegres caribeños, los chinos filosóficos y los ladinos rusos harán una labor extraordinaria en la comisión de derechos humanos de la ONU. ¡Que Dios nos coja confesados! Amén.